“Tener hijos no lo convierte a uno en padre, del mismo modo en que tener un piano no lo vuelve pianista”
Michael Levine
Por Ana de Vicente Bielza, Psicóloga General Sanitaria especialista en población infantojuvenil en riesgo social.
El concepto de apego infantil tiene una larga historia. A pesar de que muchos autores del pasado quisieron destacar la relevancia del vínculo madre e hijo, fue Freud, padre del psicoanálisis quien ejerció una mayor influencia en la expansión de este concepto.
Los padres, en relación con los hijos, son los modelos de referencia más importantes de su vida. Estos referentes sirven a los hijos como elementos esenciales en su desarrollo. Por el contrario, la falta de apoyo, de responsabilidad parental y amor, son aspectos que tienen consecuencias en la maduración personal de los más pequeños.
La familia es el contexto donde se van adquiriendo los primeros hábitos, las primeras habilidades y las conductas que nos acompañarán a lo largo de la vida. Los adultos que rodean a los niños tienen un papel muy importante en el desarrollo de su apego. El estilo educativo empleado por los padres tiene una influencia decisiva en algunos aspectos del desarrollo del niño. Sin embargo, la relación que padres e hijos tienen es bidireccional. En palabras de la psicóloga Rich Harris, “la educación no es algo que los padres hagan a los hijos, sino algo que padres e hijos hacen conjuntamente”.
Los resultados de numerosos estudios señalan que cuanto más positivo es el ambiente familiar (caracterizado por un cuidado cálido, estabilidad emocional, apoyo o afecto entre la pareja) mayor capacidad tendrá el niño para formar y mantener relaciones íntimas y mayor satisfacción experimentará en ellas.
El psicólogo John Bowlby afirmó (1982) también que los patrones de apego que se activan al inicio de nuestra vida, se fijan en nuestro cerebro como representaciones internas que posteriormente determinan nuestro modelo de crianza con nuestros hijos. Es por esto que llevó a Bowlby a pensar, que las experiencias tempranas de apego de los padres influyen en gran medida en la calidad del apego de los hijos.
A continuación, se describen las diferentes funciones que el apego tiene para el ser humano. El apego resulta imprescindible para un correcto desarrollo social en la primera infancia e influye directamente en el desempeño relacional y psicológico de la adolescencia y la adultez. Un apego de buena calidad, continuo y estable en el tiempo propicia un desarrollo psicológico y emocionalmente sano. Las funciones del apego que el niño desarrolla en los primeros años de vida a través de las figuras de cuidado principal son especialmente de protección y seguridad respecto al entorno que le rodea.
Existen diferentes tipos de apego y con ellos, diferentes características dentro de cada uno, como son:
El apego seguro: Los niños que disponen de un estilo de apego seguro son capaces de usar a sus cuidadores como una base segura cuando están angustiados o asustados. Ya que saben que los cuidadores estarán disponibles y que serán sensibles y responsivos a sus necesidades siempre y cuando lo necesiten.
Los padres de estos niños han sido descritos como personas sensibles y responsivas a las llamadas de atención del bebé, mostrando toda su disponibilidad cuando sus hijos los necesitaban. Cuando los niños tienen un apego seguro, no suelen presentar grandes dificultades posteriores en las relaciones interpersonales; esto les hace más competentes en el campo social y emocional. El apego seguro se basa en el equilibrio flexible entre la protección/seguridad y el fomento de la autonomía.
El apego inseguro-evitativo: En este estilo de apego, el niño tiende a ignorar a su figura de apego, de tal modo que puede llegar a evitar el contacto físico o visual, así como que la evitación del hijo puede ampliar la conducta parental que ha generado esta percepción en él. De esta manera, el niño muestra mayor ansiedad o al menos un mismo comportamiento ante padres que ante personas que le resultan extrañas o desconocidas. Los niños con un estilo de apego inseguro intentan vivir su propia vida emocional sin contar con ningún apoyo y sin el amor de los otros, tienen una tendencia a la autosuficiencia, y muestran una carencia parcial de expresiones de miedo, rabia o malestar.
Los padres que tienen a niños con este estilo de apego inseguro se muestran con una relación hacia ellos angustiosa, con sensación de rechazo, repulsión y hostilidad; todo esto se puede llegar a expresar en actitudes controladoras e intrusivas.
El apego inseguro ansioso-ambivalente: Los niños que se encuentran dentro de esta categoría muestran una mezcla de reacciones positivas y negativas hacia los progenitores. Estos niños, ante una situación novedosa se quedan cercanos a sus padres sintiéndose ansiosos, aunque los cuidadores aún no se hayan ido. Cuando por fin los padres regresan, muestran reacciones ambivalentes, acercándose a ellos, pero al mismo tiempo manifiestan gran enfado.
Los comportamientos incongruentes o las respuestas variables son comunes en este tipo de padres. Se muestran un tanto atentos mientras que, en otros, rechazan por completo los esfuerzos de los niños por mantener el contacto con ellos. Por consiguiente, el niño no sabe a qué atenerse, se incrementa su ansiedad y los sentimientos de inseguridad con respecto a la disponibilidad de los padres. Como estrategia para conseguir atención, pueden mostrar una gran dependencia.
Conforme estos niños crecen, experimentan una alta contradicción entre el deseo de cercanía y el temor a fracasar, traducido en altos niveles de desconfianza, inseguridad y sentimientos de abandono constantes.
Desde un principio, solo se describieron estos tres estilos de apego, sin embargo, más adelante se propuso un cuarto tipo: “apego inseguro desorganizado o desorientado”.
Los niños que se clasifican en esta categoría presentan conductas totalmente contradictoras y confusas como por ejemplo acudir a la madre, pero no establecer contacto visual, parecen estar tranquilos cerca de su progenitor, pero rompen a llorar en seguida. Esta aparente confusión, sugiere que probablemente posean el apego menos seguro de todos. Para el pequeño, su fuente de protección y cuidado representa al mismo tiempo fuente de terror y amenaza, provocando un gran caos y desconfianza.
Este tipo de apego suele tener su origen en situaciones de negligencias, abusos, maltratos, problemas psiquiátricos, etc. La figura principal de cuidado es incapaz de conectar con sus emociones y, por tanto, de responder ante las necesidades fundamentales para un correcto equilibrio psíquico. Las consecuencias de esta forma de relación pueden ser muy dañinas: falta de regulación emocional, problemas sociales, conductas disruptivas, síntomas disociativos, etc.
A modo de conclusión, cabría afirmar que a juzgar por los numerosos estudios existentes sobre el tema, parece existir en nosotros un modelo interno de apego que puede transmitirse de generación en generación; pero si bien es cierto, que este modelo puede modificarse a fin de romper estilos relacionales desadaptativos en las relaciones a través del trabajo terapéutico con un especialista.